Este es un blog personal para escupir algunas ideas, responder algunos ataques, corresponder algunas caricias, y combatir casi todas las opiniones

lunes, diciembre 05, 2005

Texto de Gustavo Rodríguez

Esto escribió mi colega, amigo y hermano


PRESENTACIÓN “EL CAZABA HALCONES”
Por Gustavo Rodríguez



Querido papá,

Hoy estuve ordenando mi departamento para una mudanza cuando, de pronto, apareció una sonrisa en mis ojos: volví a encontrar en un estante la primera novela que me dedicaste hace veinte años. Aquí la tengo, a mi lado, con las páginas algo amarillentas, y ese halcón en la tapa que posa como un guardián de su contenido. Yo tenía doce años cuando me diste a leer su manuscrito y, al terminarlo, te dije que –para mí- era lo mejor que habías escrito en tu vida. Hoy soy un adulto con familia numerosa y, a pesar de que la crítica literaria te ha encumbrado más desde entonces, para mí esa novela sigue siendo lo mejor que ha salido de tus manos. No lo digo porque el protagonista se llame Gabriel como yo, y además tenga cosas que indudablemente son mías y tuyas. No, papá. Vuelvo a repetir este veredicto porque, al volver a leerla hoy, me di cuenta de que aquella novela explica el tipo de hombre en el que me convertí con el tiempo.
Tengo varios amigos que, cuando me hablan de cómo era su relación con su padre, se remiten a monosílabos. Aparentemente, cuando eran jóvenes, sus padres no supieron ganarse su confianza para hablar con libertad sobre lo que pasaba por sus cabezas, ya sea drogas, chicas o el por qué nuestro país funciona como funciona. Sus diálogos eran de saludos monotemáticos, y de lugares comunes. Lamentablemente, a mis amigos aquello se les nota ahora: me apena decirlo, pero debo confesar que cuando los escucho defender sus convicciones, los escucho recitar peroratas aprendidas que no siento razonadas. Tú eras distinto, papá. En cada pregunta que te hacía, tú no pontificabas la respuesta que considerabas que era verdad. Tú dejabas que la respuesta saliera de mí mismo. Tú dejabas que yo razone. En otras palabras: tú me respetabas.
En “El cazaba halcones”, tú respetas al lector de la misma manera en que respetaste siempre a tu hijo. Cuando quieres expresar una de las enseñanzas que la vida te ha dado, la desenvuelves con cariño, para ver si el lector la toma. De esto me di cuenta apenas al empezar la novela, cuando me presentaste a Edián, aquel chico extraño de las barriadas que cazaba halcones usando palomas como señuelo: “Quizá sea cierto que Edián no era un chico bueno, pero es bastante fácil juzgar a las personas, y mucho más valerse de las apariencias para no tener que agotarse conociendo a la gente”.

Ahora que escribo esta carta mientras ojeo la novela, me doy cuenta de la frescura con que tú y yo hablamos siempre de mujeres. Yo era tan sólo un niño, y tú ya bromeabas conmigo acerca de las chicas que te gustaban, obligándome de esa manera a ser sincero contigo y contarte también mis cosas. Quizá por eso el personaje de Mati, en la novela, me sea tan entrañable. La mamá de Gabriel, el chico protagonista, se ha casado con un señor que tiene una hija lindísima. Ella es Mati. Ella no sólo se sabe lindísima: sabe que Gabriel está enamorado de ella y, de alguna manera, se aprovecha de eso. Hoy que he vuelto a leer esos pasajes, recuerdo a todas las Matis de las que yo he estado enamorado en la vida real. Y me acuerdo de todas tus Matis de las que me has hablado. Y me enternezco. Cuando yo era un chiquillo y tú me contabas de manera divertida las ilusiones románticas de la gente de tu edad, sin saberlo me hiciste sentir seguro de mí mismo. Yo no era el único que fantaseaba con el beso de una vecina. O el único que calmaba el paso para ver si me encontraba con ella en la calle. Tú me enseñaste que todo el mundo lo hacía a su manera. Yo, dedicándole un gol en secreto a mi Mati de turno. Tú, dedicándole una novela a la tuya.

Acabo de ojear la novela nuevamente, y me he encontrado con el inicio de la trama: el padre de Gabriel es un periodista radial que tiene un cáustico y bien humorado programa que critica los excesos de la última dictadura en el país. Acabo de ver cómo narras aquello que le ocurrió al padre de Gabriel, y que te ocurrió a ti también: me acuerdo de mí mismo a los cinco años, ya viviendo con mi mamá cuando ustedes se habían separado. De pronto, te veo en el noticiero enfrentándote a una hilera de policías que, al final, te muelen a palos. Para mi mamá, eras hombre muerto. Para mí, fuiste un héroe. Al verte más tarde con chichones en la cabeza, te pedí que me relataras el episodio con tus adiciones a lo Power Rangers. Me hablaste de karate para darme gusto, y hasta hiciste esos movimientos cómicos de las películas de kung fu acompañándolos con el soplido de tus labios. Pero no dejaste que me fuera sin una enseñanza que hasta hoy retumba en mí, y que he vuelto a encontrar en un diálogo de la novela: “Hijo, yo no estoy orgulloso de haber golpeado policías. Solo fui a reclamar por el derecho que tenemos todos a ser ciudadanos y a ser respetados”.


Nunca te dije que cuando leí el manuscrito de esta novela a los doce años, estuve a punto de llorar durante un capítulo entero. Ocurrió cuando el papá de Gabriel desaparece, y se sospecha que ha sido secuestrado por la dictadura. La forma en que la gente se moviliza para encontrarlo mantiene al lector en vilo. La emoción de saber qué estaba ocurriendo con el papá de Gabriel hizo que yo galopara sobre las páginas y, sin embargo, un pensamiento me ataba a tierra: ¿qué pasaría si de verdad mi padre desapareciera? A lo largo de los años, he conocido gente que se sentiría aliviada de que esto ocurriera. Para ellos, esta dimensión de tu novela sería una forma de encarar la triste realidad de sus familias y, por lo mismo, posiblemente sería el primer paso de una liberación. Para mí, este episodio ha servido para darme cuenta de que tu desaparición sería un entreverado amasijo de nostalgia y gratitud. Me he dado cuenta de que, en realidad, toda tu vida me has preparado para el momento en que no estarás. Has sido tan sabio como la naturaleza misma, que ordena a los animales a que preparen a sus hijos para cuando llegue ese momento.

Voy a aprovechar esta carta, papá, para hacer un compendio de gratitud. Gracias por no pegarme cuando hacía pataletas de niño, sino por ponerte a hacer también pataletas a mi lado para ver lo estúpido que me veía. Gracias por buscar en Internet la información sobre las cosas que me gustaban, para tener más temas de qué hablar conmigo. Gracias por cocinarme cuando vivíamos juntos, y por no castigarme cuando yo egoístamente hacía a un lado el plato. Gracias por explicarme con ejemplos y anécdotas divertidas aquellas cosas que mis profesores sólo recitaban de un libro de texto. Gracias por darme a leer tus obras antes de que salieran, haciéndome sentir siempre como alguien que merece ser oído en la vida. Gracias, en resumen, por haber escrito esta novela y por habérmela dedicado en su momento.
¿Sabes? Durante mi vida he tenido la suerte de conocer a escritores casi tan buenos como tú.
Pero jamás he sabido de un padre tan bueno como tú.
Te ama,
Gabriel.

5 comentarios:

Eloy Jáuregui dijo...

Buena,
maestro, eso los hace diferentes y mejores.
Un abrazo
Eloy Jáuregui

Anónimo dijo...

Simplemente enternecedor y real, el amor filial es el mas puro de todos, para un adolescente puede ser muy dificl entablar una conversacion con su padre, pero que bien que entre ustedes exista mas que una conversacion, exista amor de verdad.
Un abrazo. Shirley

Anónimo dijo...

Solo me queda decirte que eres un buen padre. Eso lo note en la forma de la que me hablabas de Gabriel.
Reabriste mis recuerdos, esa niña que soñaba con escribir y vivir la vida loca en Paris, quien hoy debe de atraparse en una universidad para "no morir de hambre" como muchos hoy lo hacen. Fue maravilloso conocerte.

Anónimo dijo...

Es exactamente lo que yo hubiera dicho.

Anónimo dijo...

pon tu biografia por fis para mi tarea