Javier Arévalo
¿Quiénes creen ellos que somos, Oswaldo? Es más ¿quiénes son ellos, Oswaldo y quienes nosotros?
Un día, Oswaldo, algunos de nosotros decidimos escribir, así como otros un día decidieron ser cajeros de banco o abogados, alcaldes o editores de libros, congresistas o carpinteros, curas o banqueros, (cosas parecidas, los curas y los banqueros, si se dan cuentan, viven de la ingenuidad de los otros, administran fondos y comen bien en nombre de un señor).
Tal vez la única diferencia entre Ellos y Nosotros es que cuando salimos de los empleos que nos permiten vivir, o mal vivir, ellos encienden la tele, salen al cine o dan de comer al gato, justo cuando nosotros nos ponemos nuevamente a trabajar, que es escribir.
¿Puedes creer Oswaldo que un periodista cultural insinuó alguna vez que yo escribía porque me gustaba aparecer en los diarios?
Tú, los conoces, sabes de sus taras, de sus pequeñeces, de sus medianías, y has sonreído tantas veces frente a la ignorancia de estas huestes de salvajes, frente a estos inmortales eunucos que viven de morder y roer el hueso del poder, gente de la que estamos tan lejos.
¿Por qué será, Oswaldo, que nos preguntan tantas veces por qué escribimos?
Yo no sé por qué escribes, pero agradezco que lo hayas hecho, porque sin El escarabajo y el hombre a mi vocación de escritor le habría faltado aliento y estribo. Y sin una frase tuya, esa que habla de la limpia moral de los cuerpos, a propósito de los Eunucos Inmortales, a la alegría de mi cuerpo le habría faltado tema para vivir con soberana intensidad su fiesta.
No sé si el público me entiende Oswaldo y no es que deje de interesarme que me entiendan. Pero yo te hablo a ti, porque este es un homenaje de escritor a escritor, y también es un homenaje de alumno a maestro.
Y digo maestro con cuidado porque todos sabemos que has hecho práctica habitual de abominar de los talleres literarios. Y sin embargo Oswaldo, hemos estado largas horas, varios días, alrededor de tu mesa de póker, expuestos a tu feroz lápiz limpia basura, borra idioteces, elimina estorbos.
Ese lápiz que ha recorrido palabra por palabra nuestros cuentos y novelas y rompió la ingenuidad de alguno que podía haber creído que para escribir bastaba un poco de inspiración y algunas hojas en blanco.
Nos enseñaste la dura tarea de enfrentarse a uno mismo, porque eso es corregir un texto, decirte en la cara pelada “mira lo idiota que eres, cómo puedes escribir tantas sandeces, borra y hazlo de nuevo.”
Quién puede aguantar tanto suplicio. Sólo pocos, algunos elegidos.
Qué maravilla Oswaldo haberte tenido de amigo y por amigo, de maestro. Y es curioso que nunca nos hayamos preguntado ¿para qué escribimos?
A nadie se le ocurre preguntar para que tomas cerveza, para qué contemplas atardeceres o escuchas una sinfonía de Bach o de Queen. Pero sí preguntan ¿para qué escribimos?
¿Para qué escribes Oswaldo? Yo sé que no es ni para la fama, ni siquiera para que se publique el libro, tampoco porque creas que las injusticias caerían con algunas cientos de cuartillas.
Yo siento Oswaldo que escribes, como dijo el poeta, porque el amor y la ternura, porque la furia y la aventura, porque el dolor y la injusticia, porque la alegría y la lujuria, porque el laberinto nos acoge y las palabras nos liberan de la miseria elemental en que los seres humanos viven.
Tampoco escribes para la posteridad Oswaldo, porque hasta allá no llegaremos. Nosotros, ateos, sabemos que el amor es aquí, y también la tristeza. Tantas veces me lo has enseñado.
Nos vamos a quedar por aquí, en la tierra, para ser flor y gusano, otra vez. Para acaso ser memoria en la memoria de quienes nos quisieron, como Washington Delgado es memoria en nosotros, nuestro amigo. Y no porque, como dijo un idiota periodista, se murió de tristeza. Si no por todo lo contrario, porque él era la ternura y la cacha, el chiste y la alegría, el cigarro y el chocolate, el vino de marca y cuando no había plata, ya que importa, de caja, aunque fuera un chilenito barato.
Nadie nos quita lo bailado, Oswaldo, y nadie puede saber qué es escribir si no escribe. La experiencia es intransferible, como la experiencia del amor o de la gloria.
No me importa que suene pretencioso, pero diré que nuestro oficio nos hace dar un paso hacia esa cosa tan extraña que se llama la sabiduría.
Pero no me refiero a la sabiduría del santón místico que da respuestas mágicas y todos lo buscan y leen con la ilusión de que les resolverá los problemas. Aquí nadie quiere ser Paulo Cohelo.
Me refiero al único sabio posible que puede dar la naturaleza humana, es decir, un sabio que señala los problemas, que escarba en la realidad de las palabras y amplia el universo con facetas de lo humano de las que los humanos, o algunos humanos, todavía no tenían conciencia. Me refiero al sabio que hace laberintos, que entretiene a las personas, que los sabe desatar porque él los hizo y nos invita a mirar perplejos la maravillosa capacidad humana para crear más allá de lo creado.
Eso haces Oswaldo, en ese sentido eres sabio y quiero creer que alguna vez seré como tú.
Lo intento. Le digo a la gente que se mire en el ombligo de su naturaleza y se atreva a aceptar que es un animal con todas sus miserias y que si algunos centímetros ha levantado la cabeza del suelo en el que antes reptaba, eso no lo ha llevado a las esferas inmateriales de la divinidad, que a su vez es invento, sueño y espejo de estos monos pretenciosos que somos cada uno de nosotros.
Así que ahora tienes homenajes Oswaldo. Tú, como Fernando de Zsyszlo lo hizo en su momento, me dijiste: “a lo mejor sienten que ya me voy a morir.” Y la verdad es que ¿quién no se va a morir, Oswaldo?
La diferencia Oswaldo es que unos se mueren todos los días y no se dan cuenta.
En cambio tú, y gracias a ti, muchos de nosotros, sólo vamos a morirnos una vez porque nos hemos dado cuenta de que aunque somos piezas de un engranaje universal, que no podemos controlar, somos también voluntad y vocación.
Tenemos vocación para ser lo que queremos ser y voluntad para no ser aquello que ellos quisieran que fuéramos. Y estamos tan comprometidos con nuestra fantástica pretensión de ser lo que nos da la gana ser que lo ponemos por escrito y encima lo vendemos.
Es maravilloso ser escritor, Oswaldo, aunque no ganáramos un céntimo. Nadie nos ha comprado, ningún patrón nos dice qué debemos pensar ni cómo debemos decir las cosas. Estamos solos con nuestras hojas de papel y cuando terminamos, si nos publican, genial, y si no, también.
Y a pesar de esta soberbia que nace de una profesión curiosa ¿te has dado cuenta que siguen preguntando por qué escribimos? Y lo hacen con pena, como si fuéramos una sarta de locos bolivianos con vocación de cazadores de ballenas.
Así nos ven, Oswaldo, tipos decididos a cazar ballenas aunque vivamos en medio de los andes. Eso es lo que ellos ven.
Pero lo más extraordinario de desear cazar ballenas en los andes es que salimos con nuestros arpones y regresamos a casa con ballenas Oswaldo, y ellos no lo entienden.
¿O acaso no es intentar cazar ballenas esto de estar, tú y yo, en esa Comisión de cambio de aprendizaje de la lengua y la literatura a todo nivel del Ministerio de Educación? ¿Vamos a poder con la burocracia inepta de un Ministerio paquidérmico? ¿Vamos a poder penetrar las estructuras anquilosadas de líderes sindicales que aspiran a ser Risco un día y tener su curul para financiarse bien la vida durante cinco años? ¿Vamos a lograr con un curso de tres meses excitar la mente de maestros para que se descubran primero a sí mismos como líderes de espíritus y no como suministradores de datos?
Cazamos ballenas Oswaldo, y yo siempre creo, porque lo he visto, que regresamos con aceite y carne para pasar el invierno.
Me alegra mucho ser tu amigo Oswaldo, estar aquí y decirlo en público. Y a lo mejor si es verdad que me gusta el público y ese periodista idiota tenía razón.
Pero me resulta claro que estar frente al público no es un objetivo, sino una consecuencia.
Cuando me pediste que fuera uno de los oradores yo sonreí y sentí alegría.
No me hice tu amigo, Oswaldo, para que un día me dieras este honor. Yo tengo este honor porque has sido mi maestro y ahora eres mi amigo.
Muchas gracias.
Un día, Oswaldo, algunos de nosotros decidimos escribir, así como otros un día decidieron ser cajeros de banco o abogados, alcaldes o editores de libros, congresistas o carpinteros, curas o banqueros, (cosas parecidas, los curas y los banqueros, si se dan cuentan, viven de la ingenuidad de los otros, administran fondos y comen bien en nombre de un señor).
Tal vez la única diferencia entre Ellos y Nosotros es que cuando salimos de los empleos que nos permiten vivir, o mal vivir, ellos encienden la tele, salen al cine o dan de comer al gato, justo cuando nosotros nos ponemos nuevamente a trabajar, que es escribir.
¿Puedes creer Oswaldo que un periodista cultural insinuó alguna vez que yo escribía porque me gustaba aparecer en los diarios?
Tú, los conoces, sabes de sus taras, de sus pequeñeces, de sus medianías, y has sonreído tantas veces frente a la ignorancia de estas huestes de salvajes, frente a estos inmortales eunucos que viven de morder y roer el hueso del poder, gente de la que estamos tan lejos.
¿Por qué será, Oswaldo, que nos preguntan tantas veces por qué escribimos?
Yo no sé por qué escribes, pero agradezco que lo hayas hecho, porque sin El escarabajo y el hombre a mi vocación de escritor le habría faltado aliento y estribo. Y sin una frase tuya, esa que habla de la limpia moral de los cuerpos, a propósito de los Eunucos Inmortales, a la alegría de mi cuerpo le habría faltado tema para vivir con soberana intensidad su fiesta.
No sé si el público me entiende Oswaldo y no es que deje de interesarme que me entiendan. Pero yo te hablo a ti, porque este es un homenaje de escritor a escritor, y también es un homenaje de alumno a maestro.
Y digo maestro con cuidado porque todos sabemos que has hecho práctica habitual de abominar de los talleres literarios. Y sin embargo Oswaldo, hemos estado largas horas, varios días, alrededor de tu mesa de póker, expuestos a tu feroz lápiz limpia basura, borra idioteces, elimina estorbos.
Ese lápiz que ha recorrido palabra por palabra nuestros cuentos y novelas y rompió la ingenuidad de alguno que podía haber creído que para escribir bastaba un poco de inspiración y algunas hojas en blanco.
Nos enseñaste la dura tarea de enfrentarse a uno mismo, porque eso es corregir un texto, decirte en la cara pelada “mira lo idiota que eres, cómo puedes escribir tantas sandeces, borra y hazlo de nuevo.”
Quién puede aguantar tanto suplicio. Sólo pocos, algunos elegidos.
Qué maravilla Oswaldo haberte tenido de amigo y por amigo, de maestro. Y es curioso que nunca nos hayamos preguntado ¿para qué escribimos?
A nadie se le ocurre preguntar para que tomas cerveza, para qué contemplas atardeceres o escuchas una sinfonía de Bach o de Queen. Pero sí preguntan ¿para qué escribimos?
¿Para qué escribes Oswaldo? Yo sé que no es ni para la fama, ni siquiera para que se publique el libro, tampoco porque creas que las injusticias caerían con algunas cientos de cuartillas.
Yo siento Oswaldo que escribes, como dijo el poeta, porque el amor y la ternura, porque la furia y la aventura, porque el dolor y la injusticia, porque la alegría y la lujuria, porque el laberinto nos acoge y las palabras nos liberan de la miseria elemental en que los seres humanos viven.
Tampoco escribes para la posteridad Oswaldo, porque hasta allá no llegaremos. Nosotros, ateos, sabemos que el amor es aquí, y también la tristeza. Tantas veces me lo has enseñado.
Nos vamos a quedar por aquí, en la tierra, para ser flor y gusano, otra vez. Para acaso ser memoria en la memoria de quienes nos quisieron, como Washington Delgado es memoria en nosotros, nuestro amigo. Y no porque, como dijo un idiota periodista, se murió de tristeza. Si no por todo lo contrario, porque él era la ternura y la cacha, el chiste y la alegría, el cigarro y el chocolate, el vino de marca y cuando no había plata, ya que importa, de caja, aunque fuera un chilenito barato.
Nadie nos quita lo bailado, Oswaldo, y nadie puede saber qué es escribir si no escribe. La experiencia es intransferible, como la experiencia del amor o de la gloria.
No me importa que suene pretencioso, pero diré que nuestro oficio nos hace dar un paso hacia esa cosa tan extraña que se llama la sabiduría.
Pero no me refiero a la sabiduría del santón místico que da respuestas mágicas y todos lo buscan y leen con la ilusión de que les resolverá los problemas. Aquí nadie quiere ser Paulo Cohelo.
Me refiero al único sabio posible que puede dar la naturaleza humana, es decir, un sabio que señala los problemas, que escarba en la realidad de las palabras y amplia el universo con facetas de lo humano de las que los humanos, o algunos humanos, todavía no tenían conciencia. Me refiero al sabio que hace laberintos, que entretiene a las personas, que los sabe desatar porque él los hizo y nos invita a mirar perplejos la maravillosa capacidad humana para crear más allá de lo creado.
Eso haces Oswaldo, en ese sentido eres sabio y quiero creer que alguna vez seré como tú.
Lo intento. Le digo a la gente que se mire en el ombligo de su naturaleza y se atreva a aceptar que es un animal con todas sus miserias y que si algunos centímetros ha levantado la cabeza del suelo en el que antes reptaba, eso no lo ha llevado a las esferas inmateriales de la divinidad, que a su vez es invento, sueño y espejo de estos monos pretenciosos que somos cada uno de nosotros.
Así que ahora tienes homenajes Oswaldo. Tú, como Fernando de Zsyszlo lo hizo en su momento, me dijiste: “a lo mejor sienten que ya me voy a morir.” Y la verdad es que ¿quién no se va a morir, Oswaldo?
La diferencia Oswaldo es que unos se mueren todos los días y no se dan cuenta.
En cambio tú, y gracias a ti, muchos de nosotros, sólo vamos a morirnos una vez porque nos hemos dado cuenta de que aunque somos piezas de un engranaje universal, que no podemos controlar, somos también voluntad y vocación.
Tenemos vocación para ser lo que queremos ser y voluntad para no ser aquello que ellos quisieran que fuéramos. Y estamos tan comprometidos con nuestra fantástica pretensión de ser lo que nos da la gana ser que lo ponemos por escrito y encima lo vendemos.
Es maravilloso ser escritor, Oswaldo, aunque no ganáramos un céntimo. Nadie nos ha comprado, ningún patrón nos dice qué debemos pensar ni cómo debemos decir las cosas. Estamos solos con nuestras hojas de papel y cuando terminamos, si nos publican, genial, y si no, también.
Y a pesar de esta soberbia que nace de una profesión curiosa ¿te has dado cuenta que siguen preguntando por qué escribimos? Y lo hacen con pena, como si fuéramos una sarta de locos bolivianos con vocación de cazadores de ballenas.
Así nos ven, Oswaldo, tipos decididos a cazar ballenas aunque vivamos en medio de los andes. Eso es lo que ellos ven.
Pero lo más extraordinario de desear cazar ballenas en los andes es que salimos con nuestros arpones y regresamos a casa con ballenas Oswaldo, y ellos no lo entienden.
¿O acaso no es intentar cazar ballenas esto de estar, tú y yo, en esa Comisión de cambio de aprendizaje de la lengua y la literatura a todo nivel del Ministerio de Educación? ¿Vamos a poder con la burocracia inepta de un Ministerio paquidérmico? ¿Vamos a poder penetrar las estructuras anquilosadas de líderes sindicales que aspiran a ser Risco un día y tener su curul para financiarse bien la vida durante cinco años? ¿Vamos a lograr con un curso de tres meses excitar la mente de maestros para que se descubran primero a sí mismos como líderes de espíritus y no como suministradores de datos?
Cazamos ballenas Oswaldo, y yo siempre creo, porque lo he visto, que regresamos con aceite y carne para pasar el invierno.
Me alegra mucho ser tu amigo Oswaldo, estar aquí y decirlo en público. Y a lo mejor si es verdad que me gusta el público y ese periodista idiota tenía razón.
Pero me resulta claro que estar frente al público no es un objetivo, sino una consecuencia.
Cuando me pediste que fuera uno de los oradores yo sonreí y sentí alegría.
No me hice tu amigo, Oswaldo, para que un día me dieras este honor. Yo tengo este honor porque has sido mi maestro y ahora eres mi amigo.
Muchas gracias.
7 comentarios:
Pienso que la idea de bolivianos y ballenas, habla de lo absurdo. el escritor no es absurdo, está loco: es un tipo que escribe porque lo hace sentir bien... y luchar por sentirse bien, en este mundo de banqueros y abogados, en los que sólo se busca el dinero; sentirse bien es una locura. más que cazadores de ballenas, buscadores del Shangri-la o el dorado. tú eliges.
No me vendría mal el shangrilá también..el shangrilá era un club de la policia que estaba a 5 cuadras de mi casa y a donde ibamos de chicos a zamparnos para usar su piscina...
llorar por Reynoso? qué ridículo eres amigo. Por qué no te dedicas a otra cosa?
Si no fueras anónimo, te contestaría, pero como no existes, para qué...
Me gustaria, no, me ENCANTARIA que los profesores expliquen con anecdotas divertidas o almenos con un poco de creatividad cuando explican los temas como tu.
PD: Ojala que algun dia vengas a Tacna y gracias por visitar mi blog.
Visitaré Tacna, pronto... hazme un sitio
¿Por que escribir?
Ya leo mucho sobre eso, y solo me veo reflejada.
Yo,escribo para ser libre.
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