Este es un blog personal para escupir algunas ideas, responder algunos ataques, corresponder algunas caricias, y combatir casi todas las opiniones

lunes, noviembre 07, 2005

La vocación o el privilegio de pensar y escribir en el Perú

Un buen día, Ciorán, el escritor franco-húngaro, le dijo a su madre que pensaba suicidarse. "No es posible", le dijo ella, "y yo que tuve que decidir entre que nacieras y el aborto".
Un conflicto de vocaciones; ella no se había sentido llamada a ser madre, pero lo fue. Él no se creía llamado para vivir, pero lo hacía.
No sé de qué manera compensó, la madre, su ausencia de emoción maternal; a lo mejor, se encontró con ésta a medida que la descubría.
Lo que sé es cómo Ciorán se encontró con la vida: despreciándola. Pero también atacándola desde sus textos. No tuvo hijos, aunque tuvo libros, docenas de ellos que explican o exponen su peculiar comprensión de la existencia, que algunos podrían reducir a una aceptación cínica de que estamos metidos en esto y hay que llevarlo acuestas hasta que la cuesta se acabe.
La vida es sistemática y metódicamente aburrida. Algunos sueños inventan los seres humanos, algunos ideales se plantean, para hacerla más interesante. La vocación es uno de esos sueños.
Algunos creen que han sido tocados por un fuego interior que los impulsa a seguir una ruta; con intensidad, con fijación, con terquedad, y no cesan en su camino.
La vocación es un llamado que presenta hacia el futuro el itinerario de una odisea. La aventura es una palabra que necesita un fin para que tenga sentido. Todo aquel que parte, no puede ignorar que el camino de regreso existe y que el punto de partida es el punto de llegada.
Pero se parte ¿hacia dónde?
Hacia un nebuloso, poco claro, destino.
La fama, la fortuna, el amor, ¿qué están buscando? ¿Hacia donde lo conduce, a uno, la vocación?
Pues no se sabe con precisión, precisamente porque el final es aquello que toda vocación no quiere que ocurra.
La vocación conduce, instala al llamado, en el convocado, y en el tránsito de realizar aquello para lo que fue solicitado.
El tránsito es el verdadero destino, la sensación de realización mientras se realiza.
La conquista es la muerte del propósito.
Alcanzar un sueño es matarlo.
Todo esfuerzo es vano, pero todo vano ha de ser llenado con un esfuerzo. Y mejor si olvidamos la palabra esfuerzo y lo llamamos actividad. Se parece a esta frase: Imposible es amar a todas las mujeres, dice ese viejo novelista llamado Jorge Amado, pero es cosa de hombres intentarlo.
Así que estamos aquí, intentado ser, yo escritor, ustedes no sé, abogados quizá, escritores, o nada, porque realmente no saben qué hacen aquí. Un día se miraron al espejo, salían del colegio, y les preguntaron qué vas a estudiar y como no se les ocurría nada dijeron derecho, se aprendieron algunas respuestas, ingresaron a la universidad y con falsas alegrías se dejaron rapar.
¿Pero los conmueve una vocación? La vocación es un capricho.
Cuando yo tenía catorce años decidí caprichosamente ser escritor. Y me propuse serlo en una sociedad, como la mía, poblada de analfabetos funcionales, ya no avergonzada, sino orgullosa de su ignorancia y su desprecio por la inteligencia, como bien lo ha sostenido el escritor Rafo León.
Un escritor en Lima es como un vendedor de refrigeradoras en el polo norte. “Además de no dar sitio en su seno a la literatura, dice Vargas Llosa, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anómalo, que se empeña, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana, resulta irreal.”
Dicen que los taxistas peruanos son los más preparados del planeta, porque todos son universitarios sin empleo.
Yo creo que es al revés: son taxistas precisamente porque han sido preparados sin tener en cuenta para qué se sentían llamados. Y a sí, uno sólo sirve para recibir órdenes de algún empleador. Si los dejan sueltos en plaza solamente son capaces de preparar una hoja de vida, un currículum (hemos aprendido latín), y a pararse en esas largas colas para dejar el sobre esperanzado. Si no los contratan, pues se convierten en taxistas.
¿Tendrá algo que ver el hecho de que las artes y las letras, esos espacios de libertad, esos actos privilegiados de quien piensa y crea porque le da la gana, no forman parte de nuestro estudiante común?
Incluso la novela, la más vulgar de las expresiones artísticas, es también de elite en mi país.
Pero no es una elite formada por burgueses acomodados, como podría pensarse. Es una elite bastante democrática, está formada por gente que el azar ha reunido. Los pocos lectores que tenemos en esta ciudad no son de una clase determinada, los hay muy ricos y muy pobres, pero todos tienen en común el hecho de que trabajan para seguir creando, o para seguir gozando de aquello que los creadores les entregan.
El espacio de la cultura es mínimo, pero aunque mínimo, es pujante.
No quiero sumarme a esos locos que ven en cada acontecimiento (la muerte de Marilyn, la destrucción de las torres) un complot, pero creo que aquello que llamamos “la cultura” es un espacio al que muy pocos acceden, en parte también por voluntad del poder dominante, que le teme.
Los economistas llamaron a los ochenta La década pérdida: Había razones para hacerlo: la ominosa falta de liderazgo del Belaundismo (que nos hundió tan minuciosamente en lo que vendría); la estupidez y la inmoralidad hecha presidente en el gobierno de Alan García (que nos descalabró con patanería y elegancia), más la sangre derramada por la violencia del terrorismo y la respuesta a mansalva de los militares.
Todo esto nos dejó no sólo en una pobreza extrema material, sino también espiritual, de valores presagiada por esa canción de los no se quien y los no sé cuanto: por cinco lucas ahora te compras a cualquiera.
Pero en medio de los escombros, las canciones continuaron sonando, y los cuadros pintándose, y los cuentos y novelas contándose, y los poemas dijeron en su lenguaje lo que había qué decir, y nunca hubo tanto teatro como en aquellos años.
Hemos tenido en rojo la economía (pero cuándo, en realidad, la hemos tenido de otra manera), y sin embargo, el saldo en el campo de la cultura fácilmente nos haría elegibles en cualquier FMI de las artes y las letras.
A mi, no sé a ustedes, los que se quejan demasiado me incomodan. Quiero que sepan que esto no es una queja, es una descripción. Estoy pintando el escenario donde un escritor peruano crea.
De qué vocación les puedo hablar sino es de mi vocación “sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuzara y exigiera, el escritor latinoamericano ha sido un hombre que libraba batallas sabiendo desde un principio que sería vencido.”
Ya saben, no me quejo, describo. Yo no sabía que iba a perder las peleas, pero peleo siempre creyendo que voy a ganar. Y no sé si he ganado, aunque siento que mi dignidad está intacta. En este infértil campo un escritor escribe ¿por qué? ¡Si la fama es de Gisela, si los políticos ganan en un mes lo que un maestro ganaría en cinco años, si los futbolistas son ídolos aunque no metan goles y quien se pasa la luz roja sin chocar no es un avezado imprudente con rasgos esquizoides, sino un pendejito!
Pero a pesar de todo esto, el Perú no puede destruir a todos sus creadores, lo intenta, y algunos sucumben, pero siempre hay otro que toma la bandera, porque son sus propias banderas, las únicas que tiene, las de su vocación.
Es un asunto personal, como lo ven. Yo escribo porque me da la gana, y no espero que vengan a ponerme laureles. Si no me leen acá, pues me leerán más allá y si nadie me lee, qué voy a hacer. Lo hago porque un día decidí hacerlo, si eso se parece a la locura, pues estoy de manicomio.
Felizmente alguien me ha leído, dos novelas mías han tenido reediciones, una está agotada, me publicaron en España el último libro que ha sido traducido al Portugués ¿es lo que buscaba? No voy a negarles que me encantaría que se vendieran mis libros por millones, para no tener que preocuparme por las cuentas a fin de mes. Pero aunque ese es uno de mis sueños, no es mi propósito. La vocación es algo como besar a tu hijo, abrazar a tu padre, aunque lo odies, porque te da la gana. Nadie espera que al hacerle el amor a tu novia te ganes un premio, si te lo dieran, bien, qué mejor, pero sino, el premio ya ha sido dado.
El poder en todas partes es mediocre, y es difícil acceder a él sin mancharse.
La literatura es una forma de rechazar el poder, porque la literatura, la de verdad, la que nace del fuego interno de un escritor que mira el mundo fascinado, pero sabiéndolo imperfecto, y señalando sus lunares de carne por doquier, tiene siempre el poder de convulsionar el alma de sus lectores, los obliga a preguntarse sobre aquello que leyeron, que finalmente es el mundo en el que creen y del que quizá, después de la lectura, comenzarán a desconfiar.
Tengo para mí que mi vocación fue, es y sigue siendo la de escritor. Es decir, cuando no soy padre, periodista, amante, fotógrafo, editor o feliz peatón de los que caminan para descubrir a dónde vamos, lo que soy fundamentalmente es un escritor. Esa es mi vocación. Si algo de lo que digo es incómodo, interesante, revelador, entonces creo haber cumplido mi propósito.

2 comentarios:

Juan Lapeyre dijo...

Tal vez uno sea escritor cuando es peatón, padre, amante, etc. Y eso es ser escritor, creo. Ser escritor es un asunto meta-óntico, digamos, es decir, se puede ser escritor al mismo tiempo que desempeñarse en la vida. Si uno se dedica a ser escritor, entonces o tiene dinero suficiente para ver el mundo sin problemas o lo hace mientras vive. Es imposible ser solo escritor. Digo yo. En fin, la vida es tan variada e ilimitada, que si sólo encontramos repeticiones, supongo que solo estamos mirando un canal.
Gracias.

Anónimo dijo...

Vibrante texto. Enhorabuena. Espero que pronto se puedan conocer más tus libros.